Los expertos
Tengo un problema con los expertos, no los tolero. Y cuando digo “expertos” quiero decir: los que se conducen y se piensan a sí mismos como “expertos”. Porque los tipos que saben algo de verdad no son barriletes. Ah! pero ellos… ellos, en su búsqueda permanente de afecto, no pierden oportunidad de hacer saber al mundo que son grosos grosos. Opiniones que nadie les pidió, frases sueltas que pretenden ser eruditas, gestos de asentimiento ante alguien que habla de algo que no comprenden en absoluto, son algunos de sus tics. El experto puede serlo en cualquier disciplina, pero casi siempre lo es en alguna que no sirve absolutamente para nada (parapsicología, relajación, ciencias de la educación, tuning, ovnis…). Se conocen dos tipos de expertos (aunque debe haber más):
1. El obvio: es rústico e ingenuo. Se lo distingue a simple vista porque viene con uniforme. En un taller de fotografía será el que tiene el chaleco de periodista gráfico (sí, ese de color caqui con muchos bolsillos), un gorro que diga CANNON, un fotómetro colgado del cuello y una cámara vieja que funciona mal. Hará preguntas obvias solamente para decir “gran angular” o “doscientas ASA…” . También será el que saque las fotos más clise. A las carreras de autos irá en colectivo pero disfrazado de “piloto” o mecánico, la gorra ahora dirá FORD, tendrá la visera doblada a la mitad y estará cuidadosamente manchada con grasa de auto… sin que nadie le pregunte hablará (con el pucho en la boca) de motores, carburadores, rendimiento aerodinámico y otras cosas que no entiende. A cualquier evento relacionado con la cultura o el arte asistirá sucio, despeinado, con morral, con boina, etc. o bien en su versión “retro-cultural-art-expert” con pullover cuello de tortuga, saco con parches en los codos y, en casos terminales, pipa. En el asado se pone cerca de la parrilla, con un repasador al hombro (derecho que sólo tiene el asador), y hace sugerencias sobre el fuego y los tiempos de cocción mientras cuenta de la vez que asó una vaquillona abajo del agua para 70 personas. Muere monstruo!
2. El acechante: sólo el ojo experto puede reconocerlo a simple vista, está camuflado, lo delata apenas una manera de pararse, un gesto, una forma de mirar de reojo… buscando presas. El experto acechante permanece tranquilo, trata de no delatarse, incluso mira con desdén a los expertos obvios, porque considera que rebajan su arte. Él permanecerá en standby, como si fuera alguien normal, hasta que un incauto le haga un comentario o le pregunte algo, y allí… recién allí el experto acechante asentirá con la cabeza y los ojos entrecerrados en un gesto condescendiente de experto y cerrará sus fauces hediondas sobre el tiempo y la paciencia de las víctimas que lo rodeen, con una parafernalia de datos y antecedentes innecesarios y dudosos. Uno de los más bravos es el experto de sala de espera de consultorio médico, casi siempre una vieja con saco de lana y aspecto inofensivo, pero debajo de esa piel hay un acechante listo para un ataque certero. Si alguien dice “estomago” ella tiene dos, ambos con gastritis; si alguien dice dolor de cabeza ella es neurocirujana, y no parará de recetar yuyos, medicamentos y terapias alternativas.
En el cine hablará fuerte de la versión original de la película que fue a ver.. dirá que la otra era mejor. En un avión conocerá en vos alta de aeronaves, del clima, las turbulencias, las rutas aéreas y el sueldo de los pilotos. En el recital de rock, sin saber nada de música, sabrá cosas que a nadie le interesan sobre la guitarra, la banda y los parlantes, y contará de la vez que se puso en pedo con Pappo y lo ayudó a llegar a su casa. Los expertos deberían quedarse mudos… y de paso ciegos.